25/02/2016
Son curiosos estos fines de semana. Para los que debutan y para los que saben como mea la perrita y son sabios y veteranos. Se comentaba en la expedición el por qué de estos deportes, de estas aficiones; quién nos manda emplear tiempo y recursos en algo que consiste en llevarse al límite física y mentalmente…
Pues en pleno Febrero, con viento fresco y frío en la estepa partimos hacia la provincia de La Coruña bien organizados y con la mejor disposición. Nos encontramos la clásica estampa gallega de sauces melancólicos, humedad, carreteras con cambios de nivel constantes y rectas de 20kms con 27 pueblos, concejos y parroquias en medio. El hotel estaba bien situado, en Padrón, con un buen servicio y con un tipo peligrosamente tranquilo que quedó al cargo de nuestras bicicletas dejándonos con la misma sensación de dejarle a cargo de nuestros desvelos y descanso, algo curioso el tipo, la versión celta del villano de Daniel El Travieso, al que por cierto no volvimos a ver jamás (ocupado como estaría el paisano comiendo niños, claro de toda claridad), el lector se hará cargo de nuestra confianza respecto de nuestras queridas flacas.

Amanecimos con ganas y marchamos al Concejo de Boiro para recoger dorsales, visualizar zona de transición y asistir a la reunión técnica (más útil de lo que se puede llegar a creer), también para admirar el tinglado que monta la Federación (se ventea en el ambiente que las cosas se hacen en serio) y por supuesto para pasear, ver y comentar los posibles detalles que compitiendo pasan completamente inadvertidos pero que en la visita previa siempre parecen determinantes y cruciales (se observan parches del asfalto como si fueran agujeros negros, jardineras macizas no alineadas como amenazas vitales y corrientes de viento como si un tifón estuviese cerca…)
Comimos juntos y bien avenidos y empezaron las miradas perdidas y las tonterías en voz alta que tanto ayudan a aplacar nervios, suena el tambor de zafarrancho de vuelta al hotel y comienza el maravilloso ritual de preparar material, equipación y vestuario, que ni Curro Romero para el Corpus se engalanaba tanto y tan bien. Prepararse para una competición de este nivel (con el triatlón se añade el material de agua, la pera ya) genera una capacidad tan grande de atención para no olvidar nada que llevarlo a cabo ya es empezar a competir con buen pie.
Llegados con tiempo suficiente al control de materiales y a la cámara de llamadas entramos en el capítulo de la vorágine, en ese espacio hasta el momento del bocinazo inicial todo se hace con una sensación de ingravidez que dicho en corto acojona y motiva como pocas cosas. Superadas las necesidades fisiológicas y los rigores de la organización en cuanto a instrucciones, controles y fotos nos fueron situando en la salida parecida a una recta de los encierros de San Fermín que fue la rampa que dio inicio a la competición, por lo bestia del arranque que parecía que teníamos prisa por llegar a merendar, joder que ansia con arrancarse fuerte, sería por los gallos de primer nivel mundial con los que pudimos compartir recorrido.
La propia competición es individual, cada uno tiene sus sensaciones y ritmos. Pero la vieja y noble regla de que cada perro se lama su aparejo queda rota cuando se ven los colores del equipo, ese rosa y negro tan pinturero y bien diferenciable. Siente el competidor que forma parte de algo cojonudo y excitante cuando ve pasar de reojo a uno de los suyos, cuando escucha ánimos y
vocea arengas rápidas pero más sinceras que cualquier declaración de amor, es extraño esto, por lo de ser cada uno de su sitio y dedicarnos a cosas diferentes, pero llegados a meta nos buscamos y nos abrazamos como si hubiésemos desembarcado en Omaha Beach… Y qué carallo! Como dicen por allí arriba; pasarse semanas pasando frío y cansancio para una hora de sufrimiento puro, lejos de casa y en umbrales de ritmo no conocidos merece el mejor abrazo entre sudor y agotamiento. Por el deber cumplido y elegido, por los que nos acompañamos en tan singular empresa, por los que se quedaron en Madrid lesionados o apoyando desde lejos y por las ganas tan bien empleadas en mejorar en algo difícil y por tanto maravilloso.

Entenderá el lector para terminar que se omitan las mejores conversaciones, detalles y juergas bizantinas al noroeste de España antes de la vuelta a casa, todo esto se tiene que descubrir en Soria, en persona y batiéndose el cobre con los límites propios, es nuestro precio.
Por Alex Fernandez Cervantes
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