Un buen día lo tiene cualquiera (que haya entrenado)

31/05/2016

El pistoletazo de salida era a las nueve y cuarto de la mañana del domingo. La carrera, sin embargo, empezó a las siete, con el móvil gritando alarmas. Suelo levantarme con la tercera pero esta vez la primera fue suficiente para recordarme que debía desayunar cuanto antes para poder correr sin miedo al clásico revuelto de estómago.

El objetivo no era fácil y lo veía bien lejos: igualar, o  “acercarme mucho” -me decía para consolarme- a mi mejor tiempo en 10K. La Carrera del Agua goza de gran popularidad por ser una de las más rápidas de la capital. Tres kilómetros de subida y el resto a golpe de gravedad.

Los 47:06 minutos logrados en la Carrera de Canillejas, con ayuda de liebre, me parecieron una heroicidad, de modo que el reto no se presentaba fácil.

Desayuno, ropa, dorsal, mochila, llaves. A medida que me acercaba a Chamartín, el tren se plagaba de azul, camino de la salida. Sin pensar mucho, seguí el reguero de corredores. Llegué con margen suficiente para dejar la ropa sin prisas. ¿Cuándo terminé entrando en el cajón de salida? ¡A las nueve y cinco! El ropero estaba en meta, de modo que me vi corriendo con la mochila y despidiéndome de la oportunidad de testear fuerzas.

Busqué entre la marea azul a un acompañante de algún corredor. Allí estaba Rosa, dispuesta a cargar con mis bártulos hasta la meta. Móvil en mano, para localizarla al terminar, corrí hacia el arco de salida. Cronos a cero, listos para contar.

Los primeros 5K, que contienen la parte más dura del recorrido, salieron a una media de 4:29. Cada kilómetro me confiaba más y corría por debajo de los 45’. Podía batir mi marca y, para ello, bastaba con no perder el ritmo. Así que me concentré en eso, en que la batería de zancadas no se volviera caótica.

Séptimo kilómetro. Fue allí donde empecé a notar la humedad del asfalto, a analizar de más y…me despisté. Los metros pasaban y el kilómetro 8 no llegaba. Las liebres de 45’ pasaron por mi lado. Mi ritmo caía. El reloj todavía me dejaba bajar de los 47’ y todo dependía de no perder de vista los globos-liebre.

La pista reblandecida de entrada al Canal hizo duros, muy duros los últimos quinientos metros pero al girar la última esquina…el arco de meta. El speaker gritando mi nombre y dándome ánimos me empujó a un tiempo final de 45:56. ¡Reto más que conseguido!

A Rosa le di un abrazo gigante. “¡He hecho mi mejor tiempo! ¡Y gracias a ti! ¡Te debo una!”. No consigo recordar cuántas veces exclamé esas palabras en bucle.

Por Marta Bardón